miércoles, 31 de agosto de 2016

CUENTO GOTICO

CALAVERADA MACABRA EN UNA NOCHE DE OCTUBRE

La luna arrastra en su vestido de novia una estela de estrellas fugaces. Es su corte de doncellas y damas de honor, relucientes todas ellas, nacaradas de iridiscencia, con su diadema diamantina. Los astros tiritan de emoción y lloran destellos luminosos. La luna se funde con el sol y se produce el eclipse lunar, un eclipse que viene a coincidir con la noche de Walpurgis. Ancestralmente se celebraba el 1 de Mayo, día de Santa Walburga en el monte Blocksberg pero el cristianismo hizo coincidir tal fiesta celta y pagana con la víspera de todos los santos, el 1 de Octubre. De todas formas poco importa tiempo y lugar en esta historia que pudo muy bien no haber ocurrido jamás.  Todos en el cementerio y en el pueblo que lo colinda duermen, mueren y sueñan cada noche. Hasta los viejos diablos cuando duermen parecen angelitos y buenos por naturaleza, igual que todo muerto merece nuestro respeto eterno, porque la noche y la muerte nos estremece de frío. Y la calavera es la última mascara, mascara funesta y fúnebre, que nos ponemos para danzar macabramente. Las familias gitanas de Norta acuden la mañana de todos los santos a rendir culto a sus muertos. Ellas, plañideras histriónicas y gesticulantes, les claman a gritos como si eso pudiera devolvérselos. “ay que pena más grande” “ay, madre mía de mi alma” “que aquí sólo quedan las malas hierbas que se enraízan entre espinas, la muerte sólo se lleva a los buenos”. “ay, que muerte más perra” “ay, mama, que dolor más grande” Da igual si lloran al patriarca muerto hace lustros que al hijo yonqui que se lo acaba de llevar la heroína. Sus lamentos ahogados retumban por el eco del cementerio, y por más que les llaman y dan voces los muertos estos nunca responden, y por más que preguntan a Dios por ellos ni el eco se manifiesta.  Silencio sepulcral sólo interrumpido por los camiones cisternas que va limpiando las calles de los restos de botellones; cartones de vino Don Simón, botellas de dos litros de coca cola, chustas de cigarros, bolsas de patatas.... Ayer los jóvenes del pueblo celebraron su halloween, esa fiesta anglosajona que en realidad se basa en viejos cultos celtas, sumerios, perdidos en el origen de los tiempos. Pero el haloween para estos adolescentes son disfraces, caramelos, borracheras, ligoteos y pachanga, olvidar que la muerte esta ahí, a la vuelta de la esquina, escondida tras las tapias de este funcional campo santo. Norta en vez de tener su cementerio a la salida del pueblo, escondido, lo tiene en el centro, en el cogollito de la ciudad, porque Norta no es que viva anclada en el pasado, es que vive en un tiempo sin tiempo, en el tiempo de los fantasmas y en esta ciudad fantasma, en este pueblo invisible, los ausentes están más presentes que nunca, velando por los hijos de su ciudad. Cuidado con estos fantasmas porque enredan en sus cadenas, los muertos no son de fiar, ni los zombis vivientes con sus miembros desmembrados, quieren chuparte tu sangre de vivo, ávidos de resurrección, hincarte sus colmillos de licántropos, morder tu carne y brindar con tu sangre.
Apreté la invitación con fuerza. El mismo, en persona había tenido la delicadeza de traérmela y no podía faltar a su mascarada con otros calaveras de su talla. En todo este tiempo, mientras he estado enferma y postrada en la cama turca, he leído muchos libros de satanería y brujería, y ya deseaba que viniese de una vez, lo anhelaba como la enclaustrada añora un rayo de luz. Y sin embargo, anoche, cuando llegó, casi le tuve miedo, sí, yo que nunca he tenido miedo por nada en mi vida, sentí un autentico pavor por todo mi cuerpo, el vello y los pezones se me erizaron, el corazón agolpado en el pecho latía igual que una vieja locomotora, el cuerpo hecho torbellino, como a quien le atraviesa un rayo el cuerpo y le electrocuta, así irrumpió Él en mi interior.
Y al instante me supe enamorada, entregada, esto de que no te importaría desfallecer en sus brazos si estos te sostuvieran eternamente. Ay, Pero la eternidad es demasiado tiempo.... Él vino al fin, todo lo bueno se hace esperar, pero acaba por llegar, porque todo en la vida, lo bueno o lo malo, acaba por llegar. Entró en una ráfaga de luz, pero no era una luz potente sino neblina, halos de luna, y una llama ardiente venida del mismo averno. Portaba gabán violáceo, y la oscuridad le rodeaba de sombras, sólo veía su boca delgada y fina, sus colmillos reluciendo, amarillos y lobeznos, unos ojos penetrantes que me devoraban con ansía invitándome a desmayarme en sus brazos, a anegarme para siempre en él, sus mustios labios me ofrecían comulgar de la sangre que de ellos manaba en forma de hilillo.                 Él vino para llevarme, tal y como siempre lo soñé, con su auriga dorada en azabache, con sus caballos salvajes que relinchaban y coceaban, en cuya grupa monté, cabalgando sobre el tejado de la que había sido mi casa.  Los jamelgos tenían una mirada atroz y parecían clavarme sus sonrisas y sus espuelas de caballos de guerra. Yo misma empecé a mirar como él me miraba, igual que si me hubiera hechizado, porque al besarle sentí que bebía su sangre, aunque eran mis propias venas las que me dolían, sorbía mi propio y amargo cáliz.
La luna iluminaba una lápida que el musgo cubría. El carro celeste replegó sus alas y aterrizó suavemente sobre el tapiado del campo santo. Era noche cerrada, quizá la de Walpurgeist. Apenas veía nada, sólo olía la inmundicia de todos aquellos cuerpos putrefactos, la pestilencia existencial, un hedor que me hacía aferrarme a él con todas mis fuerzas para sólo oler sus cabellos sedosos, para que él me protegiera de todos los espectros que aquella noche pudieran salirnos al paso. Estaba atemorizada ante la peste que hedían esos cuerpos agusanados, carcomidos de bichos infectos. Él recogió para mí una calavera con una mueca atroz, y la besó y al instante en la calavera volvió a brotar una fina capa de carne y por las concavidades de los ojos una llama pareció arder y hasta el cabello volvía a resucitar en aquel óseo rostro macabro.  Los esqueletos se amontonaban sin orden ni concierto en pilas comunes por el cementerio y entre aquel piélago de huesos nadamos aquella noche, buscando una tumba entre malezas, musgos y madreselvas. La noche estuvo llena de visiones y apariciones y los esqueletos bailaron su danza macabra y rechinaban sus dientes con mil suertes de risas, a cada cual más siniestra.
Una vieja en su mecedora tambaleaba ese saco de huesos artríticos que tenía por cuerpo,
Y cubierta con una manta escondía su tuberculosis, su lepra, sus manos callosas, los signos y estigmas de putrefacción que recorrían todo su decadente cuerpo. Dos zombis enamorados juntaban sus mandíbulas y se abrazaban clavándose sus clavículas. Por el pueblo les llamaban los amantes de Teruel. Y aquel suicida romántico que se inmoló una noche cerrada, sobre el patio de las abadesas. La calavera de un niño al que los gusanos le salían por los ojos, aquella mirada (que no era mirada pues carecía de iris) aquella mirada cóncava y vacía me estremeció toda.  Sentí en la nuca el soplido helado de la noche, pero sólo era mi enamorado que me besaba dulcemente en el cuello, lentamente, salivando, hincándome sus colmillos de licántropo para apropiarse de mi interior. Mis dientes castañearon del frío, y entonces me lleve las manos a la cara y me palpé descubriendo que también mi cara era ya una  calavera y que no veía nada pues de pronto carecí de ojos y todo se cubrió agazapado en tinieblas. De la impresión caí al suelo estrepitosa, hecha cachos, trizas, polvo. Sentí romperse todos mis huesos en pedazos, y apenas veía por mis ojos cenagosos en llanto como mi amante me dejaba allí, tirada, arrodillada en el suelo, inclinada ante su misericordia eterna, envuelta como en un ovillo, recogida dentro de mi misma, con las piernas sobre mi cabeza, llorando por su piedad, allí, llorando aún sin ojos ni lágrimas, entre el charco en que flotaban las demás calaveras. En ese instante giré la vista y me topé con la lápida que buscábamos. Y al apartar la mala hierba que allí crecía, vi  -o quizá creí ver- una inscripción con mi nombre grabado en ella.

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