sábado, 29 de octubre de 2016

TERCER HOMENAJE A RAMIRO PINILLA

Buenos días, gentes pinillescas:  Aunque seguro que muchos de vosotros y vosotras ya lo sabréis, por si acaso os enviamos este mensaje de aviso.  Este viernes, día 21 de octubre, recordamos de nuevo a Ramiro Pinilla, con una mesa redonda en la que vamos a hablar de “La huella de Pinilla: el Taller de escritura”.
 “A finales de los setenta, Ramiro Pinilla concibió el Taller de Escritura con el fin de ayudar a jóvenes con anhelos literarios. Las primeras reuniones se celebraron en esta misma Aula de Cultura, en su primera sede de la calle Urgull. Durante años, el Taller siguió reuniéndose, con pocas excepciones, todos los lunes a las ocho de la tarde en diferentes espacios. Por él han pasado decenas de personas, una veintena de las cuales vio cumplido su anhelo de publicar un libro. Además, algunos de esos asiduos lideran otros talleres de literatura. 
Tras la muerte de Ramiro, hace dos años, los componentes del Taller fieles al compromiso, siguen reuniéndose los lunes a las 8. La huella de Ramiro es tan profunda como la que deja un titán en la arena mojada de Arrigunaga.” (Lucía Martínez Odriozola)
 Os adjunto el cartel, para que le deis la mayor difusión posible.
Y, por supuesto, esperamos vuestra asistencia. Un cordial saludo Anabel Regalado

Este acto lo han llevado a cabo Anabel Regalado bibliotecaria de Algorta (donde Ramiro iba a leer) Estibaliz san Sebastián, Víctor González (director de películas y cortos), Enrique Castro, amigo personal, la familia de Pinilla y Lucia Martínez, amiga de Pinilla. El acto lo abren Lucia y Estibaliz poniéndose las batas de Pinilla y sus boinas. No necesitas mascaras ni gafas ni nariz de payaso.  Primero hablarán las organizadoras, luego la gente del taller, habrá un pequeño debate entre Jon Bilbao y otros miembros del taller, luego habla el público que interviene al final.
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Las cosas que quedan de Ramiro las atesoramos. Cosas como una dedicatoria primera del 81, “con el cariño escondido de siempre” en el libro Recuerda, recuerda. La compañera se asusta de que haya hecho correcciones de un libro en la propia editorial. La edición tenía sus correcciones. “Temeroso de que no le devolviera el ejemplar se las fotocopie. Había hecho las mismas correcciones”. En el 81 habla del cariño de siempre. Hace 35 años. Era un getxotarra de toda la vida. Con el cariño de siempre. Le emociona mucho la dedicatoria. El taller de escritura estaba entonces en el aula de cultura de la calle Urgull. Con infinita paciencia aguantaron los chaparrones. Lucia Martínez recuerda cuando cambió un verbo de una entrevista para Galea. Dijo tienes razón. Lucia recuerda el carácter de Pinilla de aquella edad. Recordaron su obra Solo un muerto más califico. A principios de los 80 a Lucia no le gustaba la forma de escribir de Ramiro y le incomodaba que les corrigiera tanto. “Ramiro quería que limpiáramos los textos de esas palabras con que las adornábamos” La forma de escribir de entonces de Lucia trataba de taparse, de ponerse en la última fila para que no se la viera. Escribir era taparse y ahora Lucia sabe que escribir es denudarse. (yo también me sitúo en la última fila del auditorio para poder tomar apuntes en el portátil sin molestar a nadie y sobre todo para que Lucia no me saque al escenario. Sin embargo, Lucia me acabó sacando al escenario)
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Lucia Martínez practica el periodismo desde hace muchos años y lo enseña en la facultad, en la UPV. Ahora tiene la edad que Ramiro tenía cuando empezó el taller. No le cabe en el pecho todo el agradecimiento que siente de que Ramiro la corrigiese, cómo podía surgir de su boca las cosas que él la decía. Las palabras son herramienta que deben pasar desapercibidas, hacen el efecto de comunicar, deben generar ideas sentimientos sin que el lector se tropiece con ellas. Las palabras deben deslizarse por el texto sin darnos cuenta de que estamos pasando páginas. Nadie le ha enseñado tanto sobre cómo escribir y cómo hacerlo con sencillez y humildad. El dirá que no se lo enseñó, pero lo aprendió de él. Ramiro nos enseñó a juntar con un orden preciso las mismas palabras que nos regala la vida a la vez que esquivamos las que no nos gusta o nos hacen daño. Otoño se llena de melancolía, junto a la ventana aquí a la derecha, el legado de Pinilla es importante. Creó una cosmogonía, un microcosmos, en torno a Getxo. fue creador de familias, la suya primero (su primera mujer, sus hijos, María Bengoa) y también en torno a la revista Galea y en torno al taller. Ramiro fue padre para muchos y abuelo para otros. Su familia verdadera, la de Galea, la del taller y la que nació a su muerte, que componemos 12 amigos que cada año hacemos un encuentro en torno a Pinilla. Además de reunirnos todos los lunes. A esa familia pertenecemos por decisión propia, es la mejor herencia que ha podido dejarnos. La escritura como el amor son dos formas de talento. Lucía Martínez acabó llorando y aún con lágrimas en los ojos la aseguró a Estibaliz San Sebastián; a que tú no haces lo que yo he hecho.
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Estibaliz San Sebastián contó que el taller es la reunión de indisciplinados más exigente que conoce. Todos los lunes traen regalices o zumos para comer y beber. No hay grandes normas ni ejercicios de estilo, hay que escribir sin que te digan qué o cómo, aceptar después la critica que el grupo quiera dedicarte. Es un ejercicio de humildad, poner en solfa lo que escribes. No se andaba de chiquitas el maestro. “Con 3 frases nos dejaba clavados en el asiento y te hacía pensar.  Su voz y su palabra era como el Sirimiri en el que cae poca agua, pero empapa la tierra. El Taller se daba en un café de Algorta”. Estibaliz cambió el atletismo por el teatro. Fumaba un porro y recitaba a Shakespeare, gamberra, con ganas de crecer. Le criticaban en el taller. Le hizo gracia su poema a Ramiro, no le gustaba el descaro, “terminaras escribiendo prosa, se te ve venir”. Dejaba de lado lo no importante. Se reía de sus chiquilladas. Estibaliz le relató el principio de su cuento de tortugas. La vida era perfecta hasta la visita de las tortugas gigantes que llenaban la marea. Se dormían todos a la vez en un sueño largo. Crecían sus caparazones como paraguas. Estaba sola con las tortugas. No le da miedo saltar de una a otra a pesar de que eran enormes. Se quedó dormida bajo el árbol que le crecía a la más vieja. Hacia frio cuando las tortugas despertaron todas a la vez. Estiraron el cuello, se salpicaron de arena y se sumergieron en el mar. La niña fue con la tortuga y aúllo como un animalito porque no sabía nadar. No terminó el cuento, pero sabía nadar. Aprendió a escribir relatos, a leerle a él entre líneas. Confesó que cuando más se admira a alguien las lecturas empiezan cuando no puede llamarle por teléfono. “No distingo a Ramiro de sus personajes; Ramón, Txiki Baskardo, el personaje de Un muerto más que escribe una novela policiaca y las editoriales se lo devuelven. Como Sancho Cachorro el escritor Pinilla empezó necesitado de lectores y escritores”. Se sienta a hablar del oficio. Vuelve al taller el maestro. Sus suelas caminan por la playa, por un camino a la mar. El paquete con el original de la última novela fue devuelto por la editorial de turno. Había 20 precedentes. Su última tentativa. Rebasa la luz roja de escritor. Desentona con la velocidad de mi sangre. Una piedra junto al paquete. Wiski soda, alguien tiene q quedarse aquí para contar los muertos. El muerto era delgado, bien parecido hasta hace poco, con aire de detective clásico. “Repito en sueños sus expresiones. Goza de algún contagio, no me han salido del todo mal estas últimas líneas y es por cercanía de los grandes hombres. Les bautizo así a mis personajes, pueden encontrarlos en las páginas. No lo hice por un último vestigio de honestidad”.
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Iñigo Laroque dirige ahora un taller en Deusto. Mónica Crespo tiene un taller de escritura en el aula de cultura. Jon Bilbao tiene un taller en la alhóndiga. Lucia Martínez, como es periodista, ha preparado este cuestionario. Desde el 2000 coordina el taller aquí. Invitan a Pinilla a un encuentro al final de curso cuando publica La edad inolvidable. La alumna se puso en contacto con él. Pinilla respondió con la generosidad que le caracterizaba, con sentido del humor, y encantado. Nos caímos tan bien que invitó a Mónica a ir a su taller. Se solapaba su taller con el suyo. Jesús en la librería Antares le menciono el taller de Pinilla a Iñigo. Le invito a su hermana a ir al taller con él. Le abrió Víctor. Jon empezó a ir bastante tarde, en el otoño del 2007. A través de una entrevista en el periódico de Willy Uribe conoció el taller de Pinilla. El decía que acudía a un taller de Pinilla que organizaba de muchos años. Había leído muchos de sus libros. Además, sus aitas son muy fans. De pequeño había en casa muchos libros de Ramiro. Había publicado relatos en concursos provinciales y tenía una novela en imprenta. Han escrito algunos textos juntos. Un hombre tan mayor le enseñó la perseverancia e insistencia en escribir. Le conoció en un paréntesis vital en su escritura. Cuando le dieron el premio Nadal. No conoció la última fase de Pinilla en que volvió a triunfar. Su actitud siempre era la misma, estar cada lunes con quien quisiera, lloviese o nevase, era admirable. Valora Iñigo la enseñanza de Pinilla de ver la escritura como fin en si mismo. Escribir disfrutando de ese momento, no pensar en que te van a publicar o glorias futuras o si te lo van a reseñar en un periódico muy importante. Eso ya llegará si llega. Lo importante es ese momento. Inculcó a sus alumnos la idea del trabajo. Entrarse, estar muchas horas en una habitación trabajando. Dejarse de ideas, de inspiración y musas. No esperes el momento adecuado para escribir porque no existe. Siéntate y escribe. Cree en tus palabras. Le ha alentado mucho el maestro. Destaca de él su capacidad de escucha. Era un narrador natural, con gran capacidad narrativa. Tenía una capacidad de escucha y atención como pocas personas tienen, te hacía sentir algo importante. Cada lunes tenías esa cita, esa posibilidad de escucharlo y escucharte. Te hace sentir importante, y que lo que escribes tiene un valor. Defendía la soledad creativa. El territorio de la creación era su refugio personal. Sus alumnos están infinitamente agradecidos. Los talleres sueñen ser parecidos, pero el de Ramiro tenía mucha idiosincrasia. Eran tertulias literarias. Te reunías, leías textos, se hacían recomendaciones de libros, que pueden interesar a los demás. Los talleres de Jon Bilbao tienen una estructura organizada, con un temario. Está destinado a personas que están empezando y necesitan una noción básica para moverse en la escritura. Dedicados a personas que les guste estar sentado en una habitación a solas escribiendo. En su taller practican los narradores, personajes, diálogos. Es más profesionalizado que el de Pinilla. Hay una metodología del taller, se trata de trasmitir conocimientos y técnicas sobre escritura. En ese espacio común se puede escribir, comentar y leer los trabajos de la gente del taller. Es una labor de aprender escribir, leer, hacer una buena crítica. No se trata de solo escucharle a él, sino de recibir críticas. Genera así un espacio de trabajo. Acabas mencionando autores. Se entremezcla la literatura con todas las artes y es fácil encontrar imágenes de escritura y contra ejemplos, distintas maneras de hacerlo. Se investiga en la tendencia natural de cada escritor. La primera parte de la clase se dedica a presentar un problema literario especifico. Se comparten los problemas también.
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¿Qué habéis aprendido del taller?, ¿Qué destacaríais del taller? ¿Os reconocéis partes de Pinilla en vosotros? Te sientes a veces influido por él, sale su voz involuntariamente, está ahí permanentemente. Con sus ejemplos y contra ejemplos. Pinilla escuchaba con respeto y atención, no era prolijo ni pretencioso. Ramiro hablaba del lenguaje invisible. Tienen la voz de Ramiro tatuada en el inconsciente. Jon Bilbao no ve a Ramiro en sus palabras o enseñanzas concretas, pero si en la actitud ante la escritura. Ramiro enseñó a centrarse en el trabajo, la capacidad de crítica y auto critica, a aceptar comentarios de los demás, a saber hacer comentarios desde el conocimiento bien articulados. Siempre criticaba desde el respeto, las críticas no estaban contaminadas por el afecto. No hay que tener miedo a decir a alguien que eso es mejorable. Si solo le das palmaditas en la espalda le haces un flaco favor. Todos destacaron de Pinilla su generosidad, capacidad de escucha, constancia, perseverancia. Si al final del taller no habías escrito nada… Ramiro te preguntaba ¿estas escribiendo algo, escribes? Se interesaba de si escribías o no. Tenía la capacidad de estar pendiente, del otro, de su proceso. Estaba pendiente de los procesos de cada cual. Era un ser respetuoso y exigente. Hemos interiorizado su forma de escribir y corregir. No sabes lo que le cuesta escribir y suprimir adjetivos que le gustan a favor del conjunto de la obra.
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Blanca tuvo una relación complicada con Ramiro. Blanca es periodista. Habló de lo que representó el taller y su figura. Cuando murió estuvo soñando para bien y mal con él mucho tiempo. Le ha hecho pensar mucho Ramiro. No se adaptaba a la tendencia que él siempre ha seguido. Escuchaba con mucha atención. La hizo madurar a partir de lecturas y escritos. El Taller era un lugar donde se hablaba de muchos asuntos. Era el mundo literario del taller. Recordó la idea de escritura concreta representada por él. “Había gente que escribía distinto. Era la figura del padre que contrastaba todos los estilos. Admiraba asuntos y otros los cuestionaba. No había ninguna imposición de Ramiro, quizá había una auto imposición. Le admirábamos como persona, era tan alentador, imprimía esa impronta suya. El personalmente no creo que quisiera dejar su propia huella. Destacaría que era un hombre pacifico, muy tranquilo. Y su sentido común enorme. Muy listo, como un listo natural. Él nos leía a nosotros mismos. El sabía de cada uno de nosotros a lo largo del tiempo”.
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Hay que diferenciar entre Ramiro escritor y Ramiro persona. Mónica hacia entonces una tesis doctoral sobre los talleres de escritura, estaba en Buenos aires haciendo entrevistas a escritores argentinos que tenían talleres literarios e investigó en varios talleres. El taller era el local donde se aglutinan personas que quieren escribir. Pactó con Ramiro una serie de entrevistas en su casa. Le grabó y le filmó y entrevistó y todo terminó con que leyera sus escritos. Pinilla tenía la generosidad de estar presente y a la vez retirarse. Como un padre que te ayuda en tu primera infancia y luego te deja rodar sola. A veces anhelabas que dijera algo. No dirigía la liturgia del taller ni participaba mucho en las críticas. Él te leía más a ti que lo que tú sabías acerca de ti mismo. Querías que no te descubriera, librarte de la pregunta de si estas escribiendo algo. Todos recuerdan sus enseñanzas en el taller. Había que tener la capacidad de encajar los golpes, los comentarios que te hacia Ramiro y todos. Todos funcionaban por igual. Para el escritor novel las criticas son importantes. Desde que va al taller ha publicado varios libros. Los ha leído en el taller. Va a la publicación más tranquilo sabiendo que ya se lo han criticado. Es como entrenarse con espadas el doble de grande que las espadas que luego llevas en la guerra. Ramiro tenía un equilibrio entre ambición y humildad. Había que sacar partido a las palabras. Desnudarte delante de todos y someterse al mensaje conjunto, a la crítica. Mónica consideraba peor sus escritos que lo que le decían en el taller. Hacían cenas a final de curso. Le encantaba comer salchichas con pan en el puerto deportivo. Mónica acabó llorando fatal, no le salían las palabras. “ El taller es como un taller mecánico, se pincha una rueda, se vuelve a hinchar”. La crítica te hace aumentar la exigencia del texto. No son halagos superfluos. Las críticas son donde ajustarte para echar a rodar de nuevo, tener fe y valor y coraje para escribir.
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Iñigo Larroque leyó un texto; Decir y contar. Ramiro cuando alguien leía en voz alta se apoyaba en el sillón, cerraba los ojos, estiraba el cuello como una tortuga milenaria que volviera en años a su tierra. Era el oficio de narrador. Y su capacidad de escucha. La mano derecha del taller era el amigo Víctor Abad. Captaba la trama, el argumento y los personajes. Resulta difícil seguir el texto leído de viva voz. Intentaba distinguir entre fondo y contenido y forma. Al finalizar la lectura hay que decir algo. El escritor espera una citica o una respuesta. Ramiro era directo claro e inapelable. Luego callaba, no debatía. Salía presuroso a casa cuando había futbol y después del taller iba a ver la televisión, programas de cine de Garci. Necesitaba más historias antes de acostarse. Iñigo era jovencito con ganas de saber y conocer. Ramiro era un viejo con combustible, con más mérito. Era un escritor que disfrutaba de las pelis de Martin Scorsese. Iñigo recuerda el modo de interesarse por el otro, por los demás, era inextinguible. Se convirtió en su modelo, en la Idea clara de cómo hay que escribir. Existían otros modos y formas. No siempre estaba de acuerdo con el maestro. Sus palabras se fundían en el cerebro, como una suerte de Pepito Grillo, o fantasma del padre. Ramiro le decía ¿y esto a dónde va? Su voz presenta la propia escritura, le hace pensar, en aquel círculo del taller ante una frasecita uno podía echarse a temblar. Ramiro le enseñó que en esta vida al menos por escrito es pecado aburrir al prójimo. Recuerda verle a Ramiro paseando por la Galea a las 10 de la mañana, a la altura del molino, como un Quijote. Había quedado con su padre en la playa salvaje, en el paseo de los acantilados iría a pasear, le enterneció encontrarse con su padre en la playa. Ramiro era un tímido pudoroso, sentimental a su modo. Daría un brazo por pasar un día de playa como cuando eran pequeños. Está bien que el padre pase un día con su hijo en la playa. Le mirabas a la cara y veías su parecido con su abuela, que le animó a escribir. Sonreía entre extrañado y divertido. Por el taller pasaron personas variopintas, Ramiro no se encerraba en su soledad y los recibía. Muchos alumnos del taller han publicado, incluso se han hecho famosos.
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Antes Víctor Abad llegaba con las llaves y con Ramiro y nos agolpábamos en el taller, frente al escaparate de una tienda. El Taller estaba en la lonja del bar, en la avenida Basagoiti. ¿A qué se dedicarán?, decía la gente, no es un grupo de karate. Ni un choco ni un coro. Van mujeres y hombres, viejos y jóvenes. No visten ni remotamente parecidos, unos hablan, otros no callan, ¿a qué club, gremio pertenecen? Y ese señor mayor prestando atención ¿Quién será? A Ramiro le hemos escuchado mucho y no le hemos leído tanto como quisiéramos y como merecía. Hay que hacer sitio en la librería para poner sus libros. Ramiro es ejemplo de perseverancia, de escribir como fuera, fue el trabajo de una vida. Víctor Abad ha puesto varios locales para este taller itinerante que se ha desplazado por varios sitios de Algorta. En un local de los padres de Víctor Abad está ahora. Los compañeros le han preparado un texto literario.
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Marta barrón López pertenece al taller desde los 70 cuando vino de Madrid. Pinilla le publica un cuento con 11 años.  Vuelve en el 85. En dos periodos distintos asiste a los talleres. Su experiencia viva dinámica libre y creativa no se entiende sin la práctica de saber escribir, leer, relacionarse. No se entiende si no se aguanta al menos 3 años seguidos en el taller, sin los textos de los otros. Es un privilegio escuchar textos de 5 personas que integran este evento, oír sus esfuerzos buscando la palabra de la escritura. Marta recordó a Willi Uribe que sin ser universitario ni saber demasiado ha aprendido a escribir escribiendo. Marta anima a comprar su libro Revancha en la casa de cultura el miércoles. ¿Por qué el miércoles?, hay que poner una fecha porque si no no lo vais a comprar.
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Marga. Empezó a ir al taller hace muchos años con varios periodos de descanso. Salía el taller en la información del aula de cultura. Venia el teléfono de casa de Ramiro, el personal. Recordó la gente que ha pasado por el taller. “Te enseñan a escribir desde el principio, no es de esos talleres. Los que íbamos siempre habíamos escrito, mal, pero habíamos escrito. Se trataba de leer, escuchar a otras personas, qué te decían de tus propios textos. No sabía quién era Pinilla”. Marga vino aquí con 28 años. Era madrileña. Llevaba 3 años en taller, no tenía ni idea de quien era. Él se presentó como Ramiro y ya está. Estaba el taller en bar Iker, no había metro, en el 95. Él iba buscando sitios. Como la librería de Antares. Su parada, volvió 5 años después. El había ganado ya los premios y tal, pero la dinámica del taller era la misma, Ramiro Pinilla era el mismo, premiado y con fama, el mismo escritor que de joven.
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María Bengoa fue algo más que alumna de Pinilla, fue su novia, su pareja. Empezó a ir al taller en el año 200, no le gustaba el taller al principio. Daba ella uno de lectura 4 años en el ayuntamiento de Bilbao. No entendía el método del taller. Quieren escribir, pero no han leído nada, se lamentaba. Era la discusión que ellos tenían luego en casa. María fue irregularmente al taller. Remarcó los enormes valores que tenía el taller. Por su cercanía sentimental a Pinilla, todo le parecía bien, todo lo que él quisiera. Las personas se reúnen en el taller. Al poco de entrevistarle se hicieron amigos y le regalo el libro Walden, al que tanto admiraba. Henry David Thoreau era el autor, un periodista; en cada página se percibe la personalidad de un hombre semejante a una roca, a un roble, a una flor silvestre por su sensibilidad y a un halcón por los vuelos de su imaginación. ¿Qué libro?, ¿por qué libro tuyo empiezo? En vez de recomendar sus libros Pinilla le recomendó el libro de Walden, el tratado de los bosques.
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Hace un año, en el homenaje a la revista Galea, un profesor universitario en Cambridge se puso en contacto con María y la familia de Ramiro porque quiere hacer un trabajo sobre él. Quedaron entusiasmado, aunque fuera el escritor de Móstoles. Este profesor fue 12 años profesor de primaria, 6 meses en Cambridge. Le invitan como estudioso, y él es un fanático de Pinilla. Quiere investigar sobre su quehacer literario, la idea de horizonte infinito de los narradores creadores, hasta donde llegan. Lo conoció en 2005, no sabía antes nada de su obra ni su figura. Leyó Verdes valles de Tusquets. Lo conoció por azar. Me movió el piso, como dicen los italianos. Leerle supuso un vuelco emocional. Desde hace un año se dedica al estudio de su obra, lo que ha hecho hasta ahora. El estudioso de Pinilla publicó un par de artículos, un librito que va a salir en las  universidades de Alcalá y salamanca. Este año hace formalmente el doctorado en tutela entre la UPV y la universidad de Po en Francia. Ramiro es el escritor más importante del País vasco en los últimos 100 años. El escritor vasco más importante después de Baroja. Con lo difícil que es hacer una tesis y las trabas que se suelen poner, el escritor se ha podido acercar al círculo íntimo y personal de una figura como él. Cada persona que le conoció le dan ayudas y apoyos. Lucia, María… todo el mundo al que pide ayuda no le da la ayuda, se la duplican. Su tesis es de gran magnitud, el proyecto va desde verdes valles a sus primeras obras. Investiga como fluye su narrativa y al proceso de escritura. Por fortuna tenemos muchos años de proceso de escritura, como se fue formando esta novela, o se fue forjando. De que lecturas proviene, cuáles son sus obras anteriores. Sus novelas están ligadas a Faulkner y a Márquez. Es una fusión de todos los lenguajes que ha aprendido con su voz propia. Hay partes biográficas muy interesantes. Se trata de entender el significado de su vida, de sus cuentos y publicaciones, desde el 66, su historia con libro Pueblo, con la revista Galea, con el taller, la historia con Antonio el ruso, su paso por el partido comunista… ese recorrido biográfico es interesante de estudiar, pues está ligado a su obra.
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Ermesto Castro fue amigo de Ramiro en el partido comunista y trabajó con el en la revista Galea aunque no acudió al taller. Recordó su relación antigua con Ramiro. El tenía 19 años recién cumplidos. Se conocieron en el partido comunista. Le llevo unos pequeños textos suyos, que dan un poco de pena ahora vistos con el paso del tiempo. Pinilla los leía con atención y se los corregía. Ernesto nunca tuvo perseverancia y no se apuntó al taller ni continuó con la labor de escribir que parecía que se iniciaba en él. Le confesó el gusto por la lectura. Su amigo ha preparado también un texto-homenaje a Pinilla:
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No sabía de qué hablaros, tantas cosas que elegir es como no tener nada de qué hablar. Una amiga le dio el tema; Ramiro es serio. Me lo dice una amiga común que propone buscar una foto en la que se vea sonriente a Pinilla para ponerla en el cartel anunciador del acto. Ella, tan realista, me advierte lo difícil que puede ser encontrar esa foto, en la que aparezca Ramiro divertido, alegre, riendo. La memoria es siempre una impostora. Qué raro que a mí no me parezca un hombre serio. Le causó extrañeza, como si ella hablase de otra persona, pues hay numerosas imágenes de Ramiro sonriendo. Recuerda las sonrisas de Ramiro, con los ojos y labios en ocasiones, a veces carcajadas contenidas con la sordina y pudor de no mostrarse demasiado. Recuerda a Ramiro con breve gesto de desconcierto, asustado de su propia reacción. En mi recuerdo Ramiro no es tan serio, tiene un fondo de pena, y amargura por algo que no había. No es tristeza. Ramiro no era triste. Cultiva un humor negro con mucha tranca que bebe de Dickens, cuya lectura no se cansaba de recomendarme. Trabaja en serio, como un amanuense, pero por dentro ríe. Es la envestidura de un escritor tenaz como los personajes de él que más nos gustan.  Va su narrativa a lo esencial sin circunloquio, sin tiempo. A menudo te golpea. Puede parecer a veces serio, pero no serio. Tiene luz, y ternura. Los jóvenes despistados acudíamos a revolotear como polillas a su farola, hipnotizados por su arte y escritura. Analizamos y sopesamos aspectos fragmentarios de su forma de ser. Que extraño sentirle en partes tras sentirle entero. A otros amigos que he consultado dicen que es serio también. Me asombra e incómoda esta discrepancia. Pensando, pensando empiezo a comprender, Ramiro se fabrica con el Otro en la intimidad compartida. Con esos hilos tejemos diversas amistades. Un solo amado y varios amantes dicho de otro modo. Fuera complejidades. Ramiro se nos muestra y da con distinto temple en cada uno nosotros, siempre es él mismo y siempre cambiante. Hay muchos Ramiros y cada uno conocemos una parte, una faceta de él. Los demás tendrán versiones diferentes a nosotros. Se sueltan expresiones como que Ramiro era polifacético, multicolor, no nos aburríamos con él. Estimulaba en sus amigos potencialidades como hacen los maestros. Me conmueve esa generosidad de apartarse de su obra y comprendernos y atendernos, como un espejo que devolvía las facciones creativas a tantos como revoloteamos alrededor suyo. Recuerdo a Ramiro en la asociación de vecinos, en el taller, en la revista, en el partido. Le robamos tiempo suyo. Es como recortar tiempo para hacer su obra imperdonable. No me quito la sensación incomoda. Lo que das no se lo quitas a nadie. Bah, eso son vaquerías, diría Pinilla y se partiría de risa.
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Lucía me sacó al escenario. Me había visto, escondido en la fila de atrás. Cuento como María Felicidad Perea me acercó a la narrativa de Pinilla. Me dio a leer obras suyas. Conozco a Pinilla por La galleta del norte, el grupo literario que se reunía en la librería la Caraba de Baracaldo. Luego me lo encontré en la calle y quería que me firmase un libro de otro autor y le perseguí por la calle. Volví a verle en dos conferencias que dio en Baracaldo, sobre La edad inolvidable, la novela del futbolista. Me invitó a ir a su taller; pensé que me había engañado porque no encontraba su local. Recorrí el casino, una galería de arte, un centro de ancianos… pasé las dos horas sin encontrar el taller. Le volví a llamar y me dio la ubicación. Y si no encomiéndate a la virgen santísima, me dijo. Era capaz de abandonar el taller por ver un partido de futbol. Era una persona con mucho sentido común y un sentido del humor afable y cercano. Era un gran tímido lo superaba. En el 2004 ya se hablaba de colocar una placa en la playa de Arrigunaga. ¿Dónde la vamos a poner? En Arrigunaga, donde empezó todo, según Pinilla. Fue a modo de homenaje. Los premios los usaba Pinilla para sujetar la puerta. Le regalamos la placa cuando cumplió los 90 años, en la venta. Llevamos un taladro y silicona, y nosotros miramos mientras el técnico y carpintero Eduardo atornillaba y ponía la placa sobra la roca de la playa. Víctor Abad grabó el acto. Ramiro se fue el día de su cumpleaños (90 años) a las 3 de la mañana. Cuando cumpláis 90 años avisarme e iré, nos dijo. Era una persona de frase lenta. Fu su última cena.

El padre de Marta Barrón y él se conocían de Euskadi eskerra. Le manda el Galea y se ve publicada Marta de niña. En su colegio había un chico carismático de 14 años que intentó suicidarse. Ese chico iba al taller. Era una persona muy atractiva. Él iba con el amigo de mi padre al taller como algo de mayores. Marta era una empollona, hacia lo que los profes decían, no intentó nunca suicidarse. Trabo amistad con el compañero de clase, da igual, quien sea, da igual su nombre. Los fundadores del taller urkull hicieron lo que había que hacer que era leer. Volvió a casa excitadísima. Su madre la crió  con un humor cruel, negro. Esta niña que va a ganar el nobel, bromeaba la madre. Una semana entera la burlaron con que la iban a dar el nobel. Se recuerda enamorada y se recuerda 3 días escribiendo un cuento sobre nubes. Al siguiente día Pinilla le despedazó, destruyó su ego de quinceañera. Le despedazó delante de 5 adultos. Se lo hemos visto hacer a Ramiro y hemos aprendido a hacerlo; a hacer criticas destructivas. A un artista hay que tratarle a patadas porque si no no trabaja.
Después de Ramiro nadie va a hablar Ramiro. Ramiro vuelve a su butaca Del taller a la imprenta. El taller empezó en el  Aula de cultura de Algorta   Nunca sé en que año. Humanidades, teatro…se hacía de todo en la casa de cultura. No fue suya la idea. No tenía ganas de actuar de maestro. Concibió el taller al principio como un taller de lectura. A los 18 años escribía cartas, no tenía nada a quien leérselas, era un vacío tremendo. Leían por turno de llegada. Criticaban dentro de su capacidad. Ramiro no creía en la enseñanza de lenguaje, narración, poesía. No creía en nada de eso. La persona debe asimilar lo que escucha sobre su texto y digerirlo personalmente. Jesús del Rio, Willy Uribe, Aramburu, Jon Bilbao… mucha gente ha frecuentado el taller y muchos de ellos han publicado. Ha recogido lecciones, impulsos.  78 personas han pasado por el taller.  El 23 de septiembre sería el cumpleaños de Pinilla. Haría 92 años.   Quizá cuando nosotros tengamos 90 años Pinilla acudirá a celebrarlo con nosotros.

4 comentarios:

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  3. Por favor corrige esta parte que corresponde a Andrea, por favor y gracias: "Ha asistido al taller embarazada y sin embarazar. Ellos leían. Era un momento incómodo. Si a Ramiro le gustaba el texto decía al momento: me ha encantado. Pero otras veces a Pinilla no le gustaba lo que leía. ¿te ha gustado tu propio texto? No ramiro, me he aburrido con mi propio texto. Era necesario mucho coraje para escribir y aguantar la leña que te daban."

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  4. Soy María Bengoa Lapatza- Gortazar mujer de Ramiro entre 2003 y 2014, once años de su vida. Este texto lleno seguramente de buena voluntad está plagado de incorrecciones, Gonzalo. Te pediría un poco más de rigor.

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